GREGORIO
LURI
CARLOTA
FOMINAYACARLOTAFOMINAYA / MADRID
Día 13/09/2015 - 17.38h
El
filósofo navarro advierte que la sociedad no tratará a los niños por el grado
de felicidad que tengan, sino por aquello que sepan hacer
«Los
padres que quieran hijos felices tendrán adultos esclavos de los demás»
EL BLOG OPINA
Un excelente reportaje para todo el mundo, en especial y en primer lugar para padres, luego para educadores, psicólogos, trabajadores sociales, sacerdotes etc. En fin para todos aquellos que traten con personas, niños o adultos. Necesitamos comprender que la vida no es un "juego de niños" o un abanicos de oportunidades. La vida es algo serio que merece ser tratada con la mayor amplitud, la más consecuente dedicación y por sobre todo con responsabilidad, sapiencia y amor.
EL BLOG OPINA
Un excelente reportaje para todo el mundo, en especial y en primer lugar para padres, luego para educadores, psicólogos, trabajadores sociales, sacerdotes etc. En fin para todos aquellos que traten con personas, niños o adultos. Necesitamos comprender que la vida no es un "juego de niños" o un abanicos de oportunidades. La vida es algo serio que merece ser tratada con la mayor amplitud, la más consecuente dedicación y por sobre todo con responsabilidad, sapiencia y amor.
ÓSCAR DEL POZO
Luri matiza
también que nuestro deber como padres es no incrementar de manera cruel la
infelicidad inevitable
Para el
filósofo Gregorio Luri, buen conocedor del mundo educativo, y autor de «Mejor
Educados» (Ariel), es mucho más sensato enseñar a nuestros hijos a superar las
frustraciones inevitables que hacerles creer en la posibilidad de un mundo sin
frustraciones. Luri, además, es especialmente crítico con aquellos que desean
hijos felices. «Primero, yo creo que lo que hay que hacer es amar a la vida, no
a la felicidad. Y no se puede amar a las dos al mismo tiempo. Porque la
felicidad solo se puede conseguir jibarizando a la vida. Es decir, por medio de
la idiocia. Además, no creo que existan los niños felices». Así lo asegura el
ensayista navarro para quien la infancia no solo no es feliz, sino que suele
ser una edad «terrible». «La vida es muy compleja. Otra cosa es que pueda haber
momentos de gran alegría en la infancia. Pero también puede haberlos diez
minutos antes de tu muerte», advierte. «Eso sí, teniendo también claro que no
queremos hijos infelices y que lo contrario de la felicidad no es la
infelicidad», matiza.
—A
cualquier padre que se le pregunte responde que quiere un hijo feliz. Y es
abrumadora la sobreoferta de obras de psicología y de noticias que indican el
camino más corto para llegar a la felicidad.
—A esos
padres les pediría que abrieran los ojos y que me dijeran qué ven. La vida es
compleja, llena de incertidumbres, y con un sometimiento terrible al azar.
Estoy empezando a pensar que hay un sector de educadores postmodernos que se
han convertido en el aliado más fiel de la barbarie, que lo que hacen es
ocultar la realidad y sustituirla por una ideología buenista, acaramelada, y de
un mundo de «teletubbies». Personalmente, me resultan más atractivas la
valentía y el coraje de afirmar la vida. Tenga usted un hijo feliz y tendrá un
adulto esclavo, o de sus deseos irrealizados o de sus frustraciones, o de
alguien que le va a mandar en el futuro. Personalmente, me resulta mucho más
atractiva la valentía, el coraje de afirmar la vida. Algo que ha sido, por otra
parte, la gran tradición occidental desde Homero hasta hace dos días: Querer a
la vida a pesar de que esta es injusta, tacaña, austera. No querer a la vida
porque encontramos la forma de diluirnos todos en un acaramelamiento que hasta
me parece soez. Ahora la felicidad se entiende como un recorte de las
aspiraciones.
—Tampoco
queremos hijos infelices.
—En
absoluto, eso sería de juzgado de guardia. Hay que tener claro que lo contrario
de la felicidad no es la infelicidad, es la realidad. Hay que asumir la
complejidad del mundo. Como seres humanos nuestro deber no es ser felices, es
desarrollar nuestras capacidades más altas. Y la felicidad es una ideología que
milita contra esto. ¿Por qué? Por la simpleza de nuestros teóricos, que nos
llevan a una felicidad en cursivas. Procure que sus hijos no sean infelices, y
después enséñeles la realidad, a sobrellevar sus frustraciones, a sobrellevar
un no. Estamos creando niños muy frágiles y caprichosos, sin resistencia a la
frustración, y además convencidos de que alguien tiene que garantizarles la
felicidad. Y si alguien no se la garantiza, se encuentran ante una desgracia
metafísica. Porque cuando nuestros hijos salgan al mercado, la sociedad no les
va a medir por su grado de felicidad, sino por aquello que sepan hacer, que es
exactamente lo que se le pide a las personas con las que nos relacionamos.
Cuando vamos al dentista, no nos importa que sea feliz, sino que sea
profesional en lo que hace. Si necesitamos un fontanero, querremos que sea
eficiente, rápido, y a ser posible barato. Hombre, si es amable, mejor. Pero
desde luego no vamos a valorar si es un fontanero feliz. Además, me parece muy
sano que nuestras relaciones sociales, especialmente con los desconocidos, no
estén mediadas más que por su profesionalidad, sin necesidad de estar
pendientes de la emotividad.
—En su
libro «Mejor educados» tiene un capítulo que reza: «Desconfíe del profesor que
quiere hacer feliz a su hijo». ¿También de la escuela?
—De las
que prometen «experiencias». Una escuela lo que tiene que ofrecer es la
posibilidad de realizar trayectorias, no experiencias. Y en el caso concreto de
los niños pobres, la posibilidad de cambiar de trayectoria, de liberarse, y de
abrirse puertas. En educación o se puede ser «progre» con los pobres. Si
vuestros hijos van a una de esas escuelas en las que Bucay es el intelectual de
referencia, competir está prohibido, cuando juegan, todos ganan y nadie pierde,
y se considera más importante educar emocionalmente que enseñar álgebra,
entonces, manteneos vigilantes. El mundo, sea lo que sea, no es un fruto de
nuestro deseo. Y está muy bien que no sea así, porque si no cada uno tendríamos
el nuestro. Y la realidad es aquello que un escritor catalán decía: «Ante la
realidad, siempre se está en primera fila». Esto hay que saberlo. Y de todas
formas, te llevas unos cuantos sopapos en la vida. Lo cierto es que hay que
estar listo para eso. Pero... ¿para qué estamos preparando nosotros a nuestros
hijos? Para ser felices, mientras las madres «tigre» chinas, por ejemplo,
entrenan a sus hijos para que sean capaces de ir a cualquier universidad del
mundo. Nos puede parecer que son demasiado estrictas, pero la realidad de los
resultados de sus hijos nos obliga a no hacer demasiadas bromas con ellas,
porque existe la posibilidad de que en el futuro sean los jefes de los
nuestros. ¿Conclusión? Queramos hijos felices, que tendremos que ir con nuestro
currículum de la felicidad a buscar trabajo en empresas chinas.
—En este
sentido, usted aboga por las escuelas tradicionales, frente a otras
modernidades pedagógicas. ¿Por qué?
—Mire,
hay escuelas, tanto públicas como privadas, que ponen gran entusiasmo en dejar
bien claro que no son tradicionales. Viven en la fantasía de que una escuela no
puede ser buena si no ha roto con la tradición pedagógica. Quieren ser
exclusivamente escuelas del siglo XXI. No es raro que se definan a sí mismas
con fórmulas retóricas muy sofisticadas detrás de las cuales no hay ningún
contenido claro. Pienso en la psicología positiva, la educación emocional, las
inteligencias múltiples... etcétera. Frente a esto, están las escuelas
tradicionales, llenas de imperfecciones sí, pero que acumulan una larga
experiencia de ensayos y de errores que deberíamos tener en cuenta antes de
jugarnos la educación de nuestros hijos a la única carta de nuestra ingenuidad.
Es más, con frecuencia la pedagogía beata añade a su propuesta de hacer felices
a los niños algo que parece más serio: «hacerlos mejores personas». ¿Pero se
puede puede ser mejor persona sin conocimientos, sin capacidad para mantener la
atención, sin competencias, sin hábitos? Piense usted en su propio mundo antes
de responder a esta pregunta: ¿Se puede ser creativo sin tener conocimientos?
¿Y la memoria, es un estorbo para tener conocimientos?
—También
asegura usted en su obra que la escuela perfecta no existe.
—Esto hay
que tenerlo claro cuando se busca un centro educativo para los hijos. Cada
escuela tiene sus puntos débiles. Y esto causa una cierta frustración a muchas
familias, pero así son las cosas: no existen ni la familia ni la escuela
perfecta. Lo que hay que pensar es en el clima intelectual de la familia y en
los hábitos de trabajo que reinan en ella. Esos serán mejores indicadores del
éxito o el fracaso escolar del niño que la escuela misma. Y, desde luego, el
trabajo diario de los niños nos predice con más fiabilidad su futuro éxito que
la cantidad que paguemos de cuota escolar.
—Los
padres de ahora, ¿son demasiado flexibles con sus hijos?
—No, lo
que están es perplejos. Y existen elementos objetivos para su perplejidad. En
contra de lo que se dice de que los padres han dimitido, pienso que están más
preocupados que nunca, quizá demasiado. En este sentido, soy partidario de
reformular los derechos de los niños. El primero de todos sería que los hijos
tienen derecho a tener unos padres tranquilos, que no estén continuamente
preocupados, pendientes de qué tienen que hacer en el momento en que se
encuentran sus hijos. Segundo, que tienen derecho a tener unos padres
imperfectos. Porque así tienen relación con seres humanos. Voy a decir algo que
me parece esencial: ser adulto, o hacerse adulto, es aprender a querer a los
que te rodean a pesar de que estén llenos de faltas. La clave de todo esto de
la felicidad es una ideología muy extraña que considera que la vida es un
conjunto de problemas, cuya respuesta nos la puede dar no sé qué sabiduría, y
en el momento en que tengamos respuesta a esa sabiduría seremos felices. Eso es
un cuento chino.
Las redes
sociales y la felicidad: «Nadie puede considerarse feliz hasta el día de su
muerte»
—Es muy
común alardear de felicidad a través de internet.
—No veo
el porqué ir proclamando sentimientos por ahí, ni porqué estar contaminando a
los demás de mi estado emotivo... Cada uno tiene sus propias preocupaciones. La
gente es muy cansina alardeando de lo felices que son, y las redes sociales no
ayudan, desde luego. Hay una historia clave y maravillosa de Herodoto en el
segundo libro de su historia, que lo explicaría muy bien: Un día el rey Creso
recibe a Solón de Atenas, un poeta, reformador, legislador y estadista
ateniense, uno de los siete sabios de Grecia. Cuando llega a palacio, Creso le
señala su tesoro y le pregunta ¿conoces a alguien más feliz que yo? y Solón de
Atenas le responde: «Nadie puede considerarse feliz hasta el día de su muerte».
Esta es la paradoja. Creso no entiende sus palabras hasta que los persas
conquistan su reino, lo cogen prisionero, y lo ponen en una pira para prenderle
fuego y que muera. Cuando va a morir comienza a llorar y le preguntan: ¿Qué te
pasa? «Es que me estoy acordando de las palabras de Solón», responde. Porque ni
puedes controlar la fortuna de verdad, ni tus estados de ánimo. Son los estados
de ánimo los que te dominan a tí, y al que me diga que es capaz de programar el
estado de ánimo que va a tener dentro de tres días a las cinco quince, yo me
veo obligado a decirle que es un memo. Son los estados de ánimo los que se
apoderan de nosotros. Por eso a veces no entendemos porque estamos de mal humor
si tenemos una familia a la que queremos, un buen trabajo... Los estados de
ánimo son un estado antropológico muy importante y muy serio, y no obedecen a
una programación técnica.