Escasez,
largas esperas, restricciones y mercado negro convierten la vida diaria de los
venezolanos en una odisea
El vía
crucis de comprar comida en Venezuela
ALFREDO
MEZA Caracas 18 ENE 2015 - 03:33 CET85
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Guardias nacionales controlan la entrada de un supermercado privado en San Cristóbal. |
Los
conductores venezolanos están caminando más que de costumbre en este comienzo
de año. El desabastecimiento y la escasez que marcan este país también han
tocado la puerta de las empresas que fabrican acumuladores. Desde principios de
año los dueños de coches particulares suman otra preocupación al drama de la
supervivencia cotidiana de Venezuela: no sufrir accidentes por fallos en el
suministro eléctrico por culpa de la batería. Las colas no solo se están
formando frente a los supermercados. Hay listas de espera para casi cualquier
bien que se comercie en este país.
En la
zona industrial de La
Trinidad , en el sureste de Caracas, está una de las sedes de
Duncan, la empresa de acumuladores más conocida del país, que durante el primer
lustro de este siglo, de acuerdo con un caso de estudio publicado por el
Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA), colocaba su producto
en el 90% de los coches ensamblados en Venezuela.
El pasado
viernes, la sede de la firma estaba abierta y había algunos coches a la espera
de revisión, pero no había acumuladores. Un empleado de la compañía explicaba a
los clientes que llegaban en busca de acumuladores que solo se entrega
mercancía tres días por semana: martes, viernes y sábado. “Yo llego aquí a mi
trabajo a las seis de la madrugada y ya hay gente haciendo cola para comprar su
batería”, aseguró.
El origen
del desabastecimiento parece estar en la decisión del Gobierno venezolano de
intervenir temporalmente la empresa para fijar el precio de venta y evitar la
especulación. En noviembre de 2013, el entonces ministro de Industrias, Ricardo
Meléndez, dijo que “estaba garantizada la producción y operatividad de la
fábrica”.
Viajar
fuera de Venezuela se ha convertido en una odisea desde 2014, cuando la mayoría
de las aerolíneas extranjeras decidieron recortar el número de vuelos y
asientos
Pero
cuatro meses después, el desabastecimiento comenzaba a sentirse con fuerza.
Tanto es así que, en una reunión con transportistas, el presidente Nicolás
Maduro prometió firmar “un acuerdo de producción para atacar la escasez de baterías”.
De esta
dificultad para hacerse con un acumulador se derivan muchas otras: la reventa
en el mercado negro, las restricciones impuestas por Duncan para vender la
batería solo a quienes entreguen la que está en mal estado, los robos en las
colas que se forman en las madrugadas frente a sus sedes, y toda la tragedia
que representa para los conductores verse convertidos de pronto en peatones en
las ciudades venezolanas, que no fueron diseñadas para recorrerse a pie y
ofrecen un pésimo servicio de transporte.
Viajar
fuera de Venezuela también se ha convertido en una odisea desde 2014, cuando la
mayoría de las aerolíneas extranjeras decidieron recortar el número de vuelos y
asientos en respuesta a la cuantiosa deuda del Gobierno, calculada en unos 3.500
millones de dólares (unos 3.000 millones de euros).
Las
empresas han decidido vender los escasos billetes en dólares para evitar
acumular moneda local que luego no pueden repatriar a sus casas matrices,
debido al control de cambios vigente en el país desde 2003. Las aerolíneas
nacionales intentan cubrir la demanda, pero no es suficiente. Los viajeros han
optado por trasladarse hasta las vecinas islas de Aruba y Curaçao, territorios
holandeses de ultramar, para poder proseguir hacia su destino.
La crisis
del abastecimiento de alimentos ha empeorado en esta primera quincena del año.
La poca producción de insumos básicos de 2014, debido a las restricciones
impuestas por el Gobierno a la empresa privada, y la caída de las importaciones
han provocado cambios en la rutina de compra. Para evitar las aglomeraciones y
los golpes cuando aparecen los productos, los supermercados cierran sus puertas
u ordenan filas especiales para repartir los bienes escasos. El jueves llegaron
el jabón en polvo y el suavizante a un supermercado de Colinas de Bello Monte,
un sector de clase media de la capital venezolana. Los clientes formaron una
hilera mientras los trabajadores acarreaban en carretillas los paquetes del
producto. Al entrar al local dos empleados entregaban cuatro bolsas de un kilo
de detergente y un envase de un litro de suavizante.
Farmatodo,
la cadena de ventas al detalle más importante de Venezuela, ha intentado otro
método y vende los productos regulados una vez por semana. En Abastos
Bicentenario, la cadena estatal de hipermercados, los consumidores solo pueden
ir a comprar el día que les toca, en función de cuál sea el último número de su
cédula de identidad. Tres gobernadores chavistas —Stella Lugo, del Estado
Falcón, Francisco Rangel Gómez (Bolívar) y Julio León Heredia (Yaracuy)— han
prohibido que los ciudadanos pernocten junto a las tiendas de alimentación.
Incluso el nuevo Defensor del Pueblo, Tarek William Saab, ha sugerido a los
supermercados que abran a las siete de la mañana.
Ha sido
la respuesta del Gobierno, que considera que se enfrenta a una “guerra
económica” de la burguesía local, a las multitudes que colman los locales y que
a menudo alteran el orden público cuando se acaba lo que tanto están buscando.
En esas largas filas también comienza a haber expresiones de racismo de los
vecinos hacia las personas que vienen de otros barrios en busca de los
alimentos. La desesperación cunde en todo el país.