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Caricatura de Isabel Pantoja. |
Con el
ingreso en prisión de Pantoja y la muerte de la duquesa de Alba se termina una
época.
LUZ
SÁNCHEZ-MELLADO 23 NOV 2014. El País (España)
Todo
empezó a irse al traste con el cambio de milenio. Aunque muchos elegidos,
borrachos de vino fino, rosetones en el pelo y euros recién acuñados, aún no lo
supieran, tenían los días contados. Corría el año 2003, acabado de estrenar el
siglo XXI, cuando dos ya entonces casi cincuentones, Isabel Pantoja y Julián
Muñoz, encandilaron y abochornaron a partidarios y detractores dándose un
lotazo de órdago como adolescentes en celo arrellanados en un coche de caballos
en El Rocío. Olé nosotros, que se mueran los feos –y los pobres–, parecían
pregonar la exviuda de España y el exalcalde de Marbella, la Pantoja y Cachuli para el
mundo, fundiéndose quizá los fondos públicos que esquilmaban a serones. Hoy,
cada uno pena sus respectivos delitos en la trena como delincuentes convictos,
que no confesos. Apestados sociales. Proscritos hasta de ¡Hola!, el oráculo que
daba y quitaba el marchamo de celebridad de pata negra en estos lares.
Isabel,
que regateó hasta el final con su señoría el monto de la multa y la fecha de
entrada, entró en prisión con las botas camperas puestas, como dijo que haría.
Antes tuvo tiempo de enviar una corona de claveles a la Duquesa de todas las
duquesas, de cuerpo presente en la catedral de Sevilla. Con ese deceso y ese
ingreso acaba una época. El firmamento de la España cañí se apaga. Salvo el Lucero del Alba,
con Cayetana- Venus alumbrando desde arriba su leyenda, muchas de sus antes
rutilantes luminarias han devenido en enanas marrones o aerolitos caídos.
La vida
en prisión de la cantante
Reclusa
Pantoja
Barrotes
y estrellas
Una celda
individual y diez llamadas semanales
El Rey ya
no es el Rey. Ni la Reina ,
la Reina. Ni
las Infantas, las Infantas. De ahí para abajo, el escalafón de las celebridades
más carpetovetónicas del país ha dado un vuelco irreversible en los últimos
años. No consta que el tsunami de Podemos haya tenido nada que ver en la
debacle, porque, entre otras cosas empezó antes de que Pablo Iglesias saliera
en ninguna tele. En la mayoría de los casos, ha sido el tiempo, el infortunio o
el propio empeño de los interesados en destrozarse la reputación, el que ha
acabado llevándoselos por delante. Corría septiembre de 2004 cuando Rocío
Jurado, la más grande intérprete de copla de su época según tirios y troyanos,
anunciara que tenía un cáncer de páncreas devorándole las entrañas en el jardín
de su casa de La
Moraleja. Su muerte, año y diez meses después, dejó a sus
fans huérfanos y a los suyos gravemente desarbolados ante la vida. Hoy, su
viudo, el legendario torero Ortega Cano, purga dos años y medio de cárcel por
un homicidio imprudente provocado por conducir ebrio, y los problemas de su
hermano y de sus hijos constituyen muchas tardes el menú de los programas del
corazón más salvajes de la parrilla.
Los
toreros tampoco ya no son lo que eran. Hasta bien entrados los 2000, quien no
tuviera un abono en Las Ventas o en La Maestranza , o en ambas, que para eso estaba el
AVE, no era nadie en según qué círculos. Los toreros eran mitos vivos, y poco
menos que héroes nacionales en la consideración de la mayoría. Hoy, recién
fallecido José María Manzanares y retirados de los ruedos Jesulín de Ubrique y
Francisco y Cayetano Rivera Ordóñez, muchos diestros en activo se las ven y se
las desean para llenar los cosos, están prohibidas las corridas de toros en
Cataluña, y muchos presuntos “festejos taurinos”, como el Toro de la Vega , acaban con problemas de
orden público entre aficionados y defensores de los animales.
El Rey ya
no es el Rey. De ahí para abajo, el escalafón de las celebridades más
carpetovetónicas ha dado un vuelco
irreversible
Manolo
Escobar, el rey del pasodoble, y Sara Montiel, nuestra primera pica en
Hollywood, elegantes hasta el fin, hicieron discretamente mutis por el foro y,
con sus exequias, resucitaron brevemente su leyenda en la memoria colectiva de
los mismos que les llevábamos ninguneando desde hacía lustros. Hasta monseñor
Rouco Varela, eterno arzobispo de Madrid y el prelado español con más poder en
los últimos 40 años, tuvo que irse por la puerta pequeña el pasado 14 de
octubre en una misa de despedida de perfil bajísimo en la catedral de La Almudena , caído en
desgracia ante los nuevos vientos del Papa Francisco. Con lo que a Su Eminencia
le hubiera lucido ocupar un sitial de privilegio en el solemne funeral de la Duquesa.
La vida,
no obstante, sigue. El pasado viernes a media tarde, la baronesa viuda Carmen
Thyssen Bornemisza, Tita Cervera para la hemeroteca de la fama patria, firmaba
ejemplares de las memorias de su esposo el barón a las señoronas del barrio de
Salamanca de Madrid y a mitómanos de todo pelaje en El Corte Inglés de Goya sin
que se le cayeran los pedruscos de los anillos. A ella nunca le importó
arremangarse y ponerse manos a la obra. De hecho, las ha dictado, editado, y
supervisado ella hasta la última coma, con la “inestimable ayuda” de José
Antonio Olivar, director adjunto de ¡Hola! Sería interesante si Olivar, testigo
privilegiado del quién es quién patrio, piensa que cualquier tiempo pasado fue
mejor. Lo que parece claro es que películas como La escopeta nacional y Todos a
la cárcel son un prodigio de sofisticación, exquisitez y elegancia al lado de
la insoportable vulgaridad de la correa de transmisión de Gürtel, el mangoneo
de Nóos, los papeles de Bárcenas, las tarjetas negras de Bankia, los latrocinios
de los Pujol, las cacerías de Los Púnicos y los tejemanejes de, al cierre de
esta edición, el último futuro preso y político, Carlos Fabra. ¡Vuelve,
Berlanga!